Durante años llevé una vida a la fuerza. Me sentí forzado con dieciocho años a estudiar en la universidad algo que nunca hubiera elegido. No haberme enfrentado en aquel entonces a mi padre, supuso tener que dedicarme durante otros diez años a algo que tampoco hubiera elegido por mi propia voluntad.

Aunque es fácil encontrar un motivo principal que explique todos los males, muchas otras circunstancias tuvieron que ver con los síntomas del trastorno bipolar que sufrí. Lo que sí recuerdo es que pensé que tendría alguna posibilidad de recuperar la salud al abandonar la profesión. Me alegro mucho de haberme reinventado porque hacerlo me ha permitido disfrutar de mi vida de ahora de una manera muy especial.
LLevar una vida a la fuerza es tener la misma ilusión por levantarte de la cama como por comprarte un cortauñas. Una vida en la que tienes que aparentar que no pasa nada cuando estás roto por dentro. En la que te esfuerzas todos los días por ser lo que no eres ni serás nunca. Una vida a la fuerza es aquella en la que tienes que compartir tiempo y espacio con personas tan diferentes a ti como te imaginas a los habitantes de otro planeta. 
Desde que no llevo una vida a la fuerza, disfruto de la vida a diario. Hago lo que quiero hacer y trato de hacerlo de la mejor manera posible. Así llevo ya cinco años y espero poder seguir haciéndolo mucho tiempo.