Encontrar lo que me llevaba al descontrol de mi mente me ayudó a no volver a sentir el riesgo de caer en una manía o hipomanía.

Me di cuenta de que algunos cambios en mi eran señales que tenía que atender. Moverme más rápido de lo normal, no poder dejar de pensar en algo o masticar deprisa. Tensarme para defender mi razón, o despistarme y meter el azúcar en la nevera. Mover mis ojos deprisa de un lado para otro o no ser capaz de controlar mi atención para escuchar a alguien.

Todo esto es pasado, como lo es la enfermedad para mí. Ya he cumplido cuatro años desde que tuve por última vez este tipo de sensaciones. Mi tranquilidad me da mucha seguridad y siento que nunca más volveré a pasar por ellas.