El problema del tratamiento farmacológico es grave. Se ha acabado por convertir en un café para todos que sienta muy mal a muchos. La psiquiatría ha elegido la vía más limpia, cómoda y barata para tratar el trastorno bipolar porque pocos se quieren manchar las manos. En una ocasión, llegué a leer una opinión de una persona relevante que me hizo comprender que los psiquiatras como jerarquía son autocomplacientes. La psiquiatría, si fuera una empresa, hubiera desaparecido hace tiempo. No hay nadie a quien se le exijan menos resultados.
El sufrimiento humano es incontenible. La vulnerabilidad de muchas personas a la enfermedad cuenta mucho en la gestión de la salud mental de la sociedad civilizada. En pleno siglo veintiuno, se matan moscas a cañonazos. Cuando alguien recae, el abandono del tratamiento es la causa. Pocos piensan un poco más allá. La ceguera se ha extendido entre familiares, afectados y organizaciones que trabajan en favor de quienes sufren. 
Con unas sillas, se logra más que un ejército de especialistas con todo su arsenal de medios. Veo el futuro poco esperanzador. Cuando deje de dedicarme a esto, muchos volverán a verse solos ante una situación que requiere de una atención adecuada, en el momento adecuado. Nada que la psiquiatría, en general, pueda ofrecer hoy en día.