Antes era más sensible. Siempre que sufría me lo tragaba y no expandía mi mierda. Luego empecé a cambiar. Cuando algo me hacía daño salía mi monstruo. Ahora asoma cuando me hacen mucho daño.

Juzgaba a los demás cuando hacían algo que afectaba a mi vida de alguna manera. Hace no tanto tiempo, si quería algo, y alguien era un obstáculo, el gorila que duerme despertaba. También sacaba mi demonio si me daba cuenta de que los demás no se enteraban de algo muy evidente para mí. Ahora he encontrado la manera de estar casi siempre tranquilo. Pongo límites cuando veo que es necesario. Como quiero pocas cosas, encuentro pocos obstáculos. Soy mucho más tolerante con los demás porque aprendí que la mayoría son extraterrestres para mí. O yo no me entero de nada o los demás se enteran de poco. Eso nunca lo sabré. Sea como sea, soy feliz. Mucho más feliz que lo que nunca soñé. Imaginé una vida mejor pero no la que tengo. Eso con dolor físico, sin él bailaría desnudo en la plaza del pueblo. El mundo tiene de todo. Basura y paraísos. Hay que verlo todo y aprendí a vivir con todo. He cumplido todos mis grandes sueños y ahora sueño los sueños pequeñitos. Que las personas que más sufren el trastorno bipolar, sufran menos. He conseguido lo difícil y ahora todo me resulta bastante fácil. Es una sensación tan placentera que vivo en un gran vaso de agua. Aunque el dolor físico, a veces, ahoga.

«Desde que vivo más centrado en los demás se me olvida juzgar y me olvido de mí. Es la mejor receta contra la depresión y no está escrita en ningún papel. Mi trastorno bipolar es pasado. Sigo cuidándome y tengo en cuenta todo lo que he aprendido. No tengo fantasías pero sigo soñando despierto. Descubrí lo que los expertos desconocen y me encanta regalarlo. Es un placer inigualable»