Este año 2019 que comienza se me presenta con algunas dificultades, aunque ninguna tenga que ver con el trastorno bipolar. A pesar de que el año pasado no fue del todo bueno, mi balance es bastante positivo. Si algo he aprendido en los últimos años es que, a veces, merece la pena «la pena». Lo difícil siempre es saber dónde está el límite.

Ya no escribo aquí sobre mis problemas personales por preservar la intimidad de las personas que quiero. Supongo que antes lo hacía para desahogarme. Otras veces también soy consciente de haberlo hecho para enseñar algo a través de mi vida. Ahora que ya no necesito desahogarme, me siento mucho más tranquilo. Tengo varios amigos de confianza que me ayudan cuando tengo problemas. Algunos saben escuchar, y otros me ayudan de otras maneras. Ayer mi amigo Jose utilizó su inteligencia, que es mucha, para echarme una mano. Y además sabe escuchar, una auténtica rareza.
La foto corresponde a un seto del jardín en el que me casé hace siete años. El tiempo pasa a su ritmo. Como tengo dolor crónico, la sensación de que el tiempo vuela no es la misma para mí. Sin embargo, pasa bastante rápido y cada vez más. Es una buena señal porque significa que cada día me siento mejor.