Hace más de quince años encontré una dirección. Un accidente casi me lleva de aquí cuando empezaba a sentirme bien. Ahora tengo la salud de un viejo de ochenta y cinco años averiado.

Me doy cuenta de que he tenido muy mala suerte y muy buena suerte en mi vida. Estoy vivo por dormir con una camiseta de algodón. Tengo a mis dos hijos, Raquel y Roberto, cuando podían no estar aquí conmigo. A mi madre, a don José y a otros amigos importantes. A Isabel para darle mi cariño, los libros y las aceras. Mi vida dejó de ser una aventura apasionante. Hoy mi duda es hacer lentejas o garbanzos. Pasados los treinta, sentí la manía del deseo obsesivo propio del trastorno bipolar. Después encontré y sentí la pasión desde los cuarenta y dos hasta los cincuenta. Ahora soy un abuelo cachondo a ratos. No sé porqué pero sabía que me aparecerían nuevas goteras. Tengo la suerte de tener bien el tejado y me cuido mucho para poder vivir con algo de calidad de vida y mala salud. Pero sonriente: la dirección me salvó y me sigue salvando.

«Conozco personas con trastorno bipolar que lo pasan muy mal. Encontrar lo que te hace disfrutar y lo que quieres hacer es vital. Mi amigo don José dice que esto va de ser capaz de apreciar los pelos de una castaña. Yo disfruto más hablando con él mientras las castañas se asan en una sartén. Y como no calla, al final acabé por comerme yo todas»