Una conversación reciente me ha recordado una situación que viví hace cuatro años. Problemas con mi mujer que me subieron por las paredes despertaron un fantasma dormido a mi alrededor que me hizo comprobar que tu pasado puede condicionar tu futuro de una forma muy diferente a quienes tienen un historial médico limpio. Tu futuro no sólo lo construyes tú, lo construimos siempre con nuestro entorno más cercano. Me refiero al «piso de arriba», al órgano de kilo y medio que puede haber sufrido por circunstancias tan variadas como uno pueda llegar a imaginar. Desequilibrios electroquímicos asociados a una vulnerabilidad que conllevan situaciones límite y dejan secuelas no sólo en uno mismo sino en todo aquel que es o fue testigo de nuestras cimas y simas en un tiempo récord. O viceversa. Situaciones límites que conllevan desequilibrios que pueden llegar a enfermar a una persona sana hasta que deja de serlo.

Contemplar en los demás que la función  no ha terminado cuando el drama se recuerda pero ya no se siente, es uno de los recuerdos más tristes que guardo de la enfermedad. Ver a las personas que más quieres llorando delante de ti cuando han llegado a conclusiones equivocadas por una enfermedad en la distancia, duele especialmente porque uno se siente víctima de los recuerdos que dan más miedo a los demás que los fantasmas a los niños cuando apagan las luces de su habitación.

He de reconocer que si te sientes identificado con este comentario es buena señal. Aunque duela. Darse cuenta de que para los demás la enfermedad todavía está viva cuando uno mismo siente que está dormida o en coma conviene tomárselo como un verdadero privilegio porque constituye un síntoma de buena salud. Aunque me temo que hay que estar realmente bien para que una situación así no encienda la mecha porque emocionalmente es muy doloroso que los demás te anclen a un pasado que puede -o no- repetirse.

¿Cómo intuir si los demás pueden estar viendo sólo fantasmas o verdaderos pródromos, es decir, los síntomas previos a la euforia?

La irritabilidad podría ser una buena señal para parar y pensar. Yo no la sufrí porque no tenía ninguna duda de que lo que estaba sucediendo era una situación ajena al trastorno bipolar. Si te surgen dudas en una situación parecida puede ser conveniente que para despejarlas lo comentes con una persona que te quiera y te conozca bien. Ambas circunstancias suelen ir bastante unidas. Despejadas las dudas, a seguir avanzando 🙂