El otro día estaba hablando con mi mujer de nosequé y de repente me dijo:

-Sí, pero tú eres el jefe de la manada.

Aquello me sonó como si me dijera que tengo los ojos verdes. Yo que llegué a ser tan ridículo como para pensar que tenía un elevado grado de consciencia. Comparado con el de mis treinta años sí. El problema es que a los treinta era muy inconsciente. La verdad es que me gusta que me despierten. Nos hemos reído más de una vez recordando algo porque suelo volver al río cuando hay algo que pescar.

Después de un tiempo pensando sin pensar entendí bien a qué se refería Isabel con la frase animal. Me di cuenta de que siempre ella me deja tomar las decisiones últimas si no estamos de acuerdo. Mal rollo. Eso quiere decir que me tengo que estar equivocando a menudo. He empezado a dejar hacer y a dejar decidir. Los pequeños detalles me siguen enseñando cosas sobre lo que los psiquiatras llaman el trastorno bipolar y que para mi ya no es una enfermedad. Ser bipolar, o haberlo sido, deja siempre un poso: lo que yo llamo la naturaleza bipolar. Algo que conozco muy bien aunque cada vez sea más invisible en mi.