Ayer fui a ver con mi hijo Roberto la película Capitán América. De su actitud de siempre y la mía más reciente, surgió la idea de esta nueva publicación que aparentemente nada tiene que ver con el trastorno bipolar. Cada vez que una escena se interrumpía para provocar la espera de alguna novedad en la siguiente, Roberto me miraba y me contaba exactamente lo que iba a suceder a continuación. Durante dos horas se convirtió en un pequeño adivino de nueve años. Lo curioso es que mi hijo siempre esperaba la «mejor» opción entre las posibles, al estilo «Capitán América no muere…» o «Capitán América va a vencer…». Este optimismo vital del que disfrutan la mayoría de los niños es el que debemos cultivar quienes estamos diagnosticados con trastorno bipolar. Un optimismo a todos los niveles que necesariamente tiene que ir precedido por uno que sustente a todos los demás, como el grueso tronco de un árbol. Este tronco es el optimismo sobre nuestro propio futuro y nuestro bienestar psicológico, difícil pero posible.
Ser pesimista es muy sencillo, especialmente, después de haber visto las noticias del día en cualquier medio de comunicación. Sin embargo, caer en la trampa de ver únicamente el lado negativo del mundo, que existe y es muy amplio, no nos hace ningún favor. Quienes saben cómo dirigir la atención a lo positivo, maestros del optimismo, disfrutan de mejor salud y de sonrisas más amplias y frecuentes. Nosotros, diagnosticados con trastorno bipolar, tenemos un doble motivo para cultivar el optimismo, ya que la depresión puede aparecer con mayor facilidad, cuanto más espacio le dejemos.
Roberto sólo se equivocó en una ocasión. El mejor amigo de Capitán América muere en uno de los incontables combates con el malvado de turno. El nunca lo hubiera esperado. Tiempo después de terminar todavía lo recordó una vez más, pero, al rato, ya estaba simulando lanzar un invisible escudo con la mejor de sus sonrisas. Si algún día pierdo a uno de mis mejores amigos, no olvidaré la actitud de mi hijo Roberto :).