La tranquilidad. Una palabra que basta con leerla para tranquilizarse un poco.  Hace ya mucho tiempo mi vida se parecía a mi vida actual como un huevo a una castaña.

Los síntomas del trastorno bipolar que sufrí hace más de diez años estaban muy ligados a mi entorno profesional, y uno de los motivos más importantes de mi malestar era la dificultad para adaptarme al mundo de la empresa, una dificultad unida a muchas carencias. Aunque finalmente logré superar la mayoría de ellas, abandonar mi profesión devolvió la tranquilidad a mi vida. Algunas investigaciones más recientes afirman que el entorno llega a modificar, de alguna forma, tu biología. Nuestro cerebro es plástico -como un tetra-brik- y la epigenética nos enseña que incluso nuestro ADN es permeable al intercambio de nuestro cuerpo con el entorno. Los cambios se producen siempre de forma progresiva, al igual que uno descubre la sensación de que ha recobrado la salud.  No voy a negar que siempre he sido una persona tranquila, y por lo tanto menos vulnerable que una persona con un carácter más inquieto, pero también me considero una persona activa y con muchas inquietudes. Todas ellas las abordo de una forma tranquila porque he aprendido a librarme, poco a poco, de la importancia.

Lo que sí recuerdo bien es que al abandonar mi profesión pensé: «¿y si renuncio a lo que intuyo es el origen de muchos de mis problemas para ver qué pasa con mi salud?». Renunciar a lo que para ti es tóxico puede traer el bienestar suficiente para empezar a ver la vida de otra manera y ampliar la perspectiva. El sufrimiento, cuando está ligado al entorno, no permite ver nada «fuera del túnel». Las opciones siempre están fuera de él y mientras uno permanezca sumido en la oscuridad no podrá ver nada.

Sea cual sea tu situación, valorar las posibilidades cuando uno parece enfrentarse a un callejón sin salida es la única forma de seguir caminando. Ahora mismo, me parece increíble levantarme todos los días con ilusión cuando hace quince años no tenía ni idea de cómo salir de la situación en la que me encontraba. Una situación que me desgastaba diariamente donde mi actitud decía «hay que seguir» y mi cuerpo decía «hay que parar». Sin embargo, ahora mismo puedo reconocer muchas experiencias que me ayudaron, al menos, a conocerme mejor para aprender a decidir mejor. Mi forma de vida nada tiene que ver con la forma de vida de mi etapa profesional. Todos tenemos que aprender a manejar las situaciones de estrés, pero también tenemos que aprender dónde está el límite y si un nuevo entorno puede ayudarnos a recomponer nuestras vidas. Iba a escribir sobre tranquilidad y he acabado haciéndolo del entorno. El motivo es que, en mi vida, han tenido mucho que ver.

Reserva en tu vida una parcela para la tranquilidad. Reserva parte de tu rutina diaria a cultivar actividades que te proporcionen tranquilidad. Rodéate de personas que te hagan sentir bien y preocúpate de que ellas se sientan bien contigo. La tranquilidad es tan contagiosa como la sonrisa. De hecho, la sonrisa es la risa tranquila 🙂