Hace no tanto tiempo hablaba con un amigo respecto a los límites que todos tenemos o creemos tener. Es una cuestión que todavía no tengo muy clara pero mantiene mi curiosidad. Ayer participé en un acto de la Universidad de Deusto que cerraba un curso de ocio universitario. Dos horas compartidas para volcar mi tristeza y la de Ester -a quien no me gustaría perder después de nuestro primer encuentro- e invitado por Pablo a quien me ofrecí voluntariamente esta misma semana. Pablo es la clase de persona que asume riesgos para dar siempre lo mejor y a quien estoy muy agradecido por su colaboración desinteresada en la asociación Esperanza Bipolar. Después de traer su ilusión y contagiarla en las actividades del año pasado, este año nos va a invitar a nuevas experiencias para generar una conversación que servirá de aprendizaje para todos.

Antes de comenzar el acto pensé que no lloraría. Dos dias antes, la tristeza empezó a aparecer al forzar mi memoria seis años atrás. Ayer, las lágrimas de los recuerdos y el temblor de mis manos, los largos silencios para poner orden en un relato inundado por las emociones y los sentimientos de un año marcado por la experiencia más traumática de mi vida, fueron los protagonistas de una ilusión por cumplir que imaginé hace algunos meses. El acto de ayer no fue motivado por una necesidad ni tampoco se trató de un reto. Bien es verdad que una persona tímida de nacimiento como yo tiene que romper muchas barreras para ser capaz de enfrentarse a una situación emocionalmente tan intensa como la de ayer. Un acto que, finalmente y sin quererlo, se convirtió en un homenaje a mi madre y la madre de mis hijos que ya no está con nosotros. Mi madre, madre de mis hijos durante más de un año en unas circunstancias muy dramáticas, sigue siendo mi mayor ejemplo vital y nunca dejará de serlo. Su serenidad, su dulzura, su capacidad de perdonar y el amor que irradia, me sigue sorprendiendo todavía hoy. Lo que hice ayer fue un acto de amor hacia ella, y hacia todos los que allí estaban aunque acabara provocando las lágrimas de más de una persona.

Todos tenemos límites, afortunadamente. Que ayer pudiera enfrentarme sin miedo a recuerdos tan dolorosos me invita a pensar que muchos de los límites que creemos tener pueden ser temporales. Tampoco se trata de llegar siempre un poco más allá. O sí, todo  depende del nivel de bienestar psicológico que puedas llegar a alcanzar y lo más importante quizás sea no compararse nunca con los demás. Si te conviertes en tu propia unidad de medida todo te resultará más fácil. Tú eres tu única referencia. Si el año que viene puedes hacer un poco más de lo que haces hoy habrás dado un paso de gigante porque es muy posible que el año que viene batas una nueva marca. Con la tranquilidad de que no necesitas llegar ni donde los demás llegan ni en el mismo que tiempo que los demás tardan en llegar. Mantener el ritmo es mucho más importante que la velocidad y la velocidad puede llevarte a tener que volver a comenzar la carrera con una fuerza cada vez más debilitada. No forzar la máquina es una de las claves. Que puedas alcanzar la velocidad de un fórmula uno no te garantiza el primer premio y dosificarte siempre es lo más inteligente. El dolor me obliga a no forzar porque me supone un desgaste diario. Mi inteligencia me invita a que seas tú mismo quien te obligues a no hacerlo porque así puedes evitar correr algunos riesgos innecesarios.