El otro día mi madre me envió un SMS que decía: «Estoy en Getaria. Ja ja. Abrazos». Tiene 80 años y ya se ríe como una adolescente.

Cuando tenía setenta, tuvo que cuidar de mis hijos y de mí durante un año. Había vivido una pesadilla casi tan grande, o más, que la que nos tocó vivir a nosotros. La actividad le había rejuvenecido tanto que parecía todavía más joven. Nunca ha aparentado su edad. Mis hijos se convirtieron en sus hijos. Ellos tuvieron la suerte que yo he tenido toda mi vida; tener a una persona como ella a mi lado en los momentos más difíciles. Cuando envejezca, quiero ser como mi madre.

Hace tiempo que me he dado cuenta de algo. Siente que la vida se le escapa y me quiere dejar las últimas lecciones. El día que ella no esté, la tendré también a mi lado. Ella siempre fue mi mayor fortuna.