Antes del verano tuve consulta con mi médico y la conversación fue digna de una película de Woody Allen. Él me habló de una vaca tudanca rica en Omega3, y yo le hablé del trastorno bipolar. El mundo al revés, una situación bastante curiosa que dice mucho de la relación entre él y yo. Lo que más me llamó la atención es la curiosidad que demostró cuando le pregunté si quería que le comentara una conclusión a la que llegué respecto a la enfermedad hace varios años. Si muchos médicos mostraran su curiosidad ante la enfermedad, la enfermedad dejaría de hacer sufrir a quienes todavía sufren con ella. Al acabar la consulta, dijo que quería volver a verme. Yo creo que se asustó, y no es para menos. Que un paciente, ingeniero, le hable del cerebro a su psiquiatra es para preocupar a cualquiera. Menos a mi.

Después me dijo que todavía tenía dudas respecto a mi diagnóstico. Ahora soy yo, el que me voy a preocupar. Me da la sensación, y tengo casi la certeza, de que no soy un falso positivo. Entre otras muchas cosas, porque si no lo pensara no me dedicaría a lo que me dedico. La próxima consulta va a ser todavía más graciosa. El enfermo tratando de convencer al médico de que es un enfermo. En realidad, creo que ya no lo soy. Simplemente soy una persona diagnosticada con trastorno bipolar, que no es poco a juzgar lo que la enfermedad supone para muchas personas que conozco de la asociación y fuera de ella y lo que supuso para mi durante más de seis años.

Voy a volver a un comentario anterior para contradecirme. No me importa contradecirme en este caso porque es cierto que he tratado de comprender la enfermedad desde la experiencia. Mi propia experiencia y la de otros. ¿Subjetiva? Las conclusiones pueden ser subjetivas, pero nunca la experiencia. Y como subjetivas, pueden ser discutibles o incluso equivocadas. Todas ellas han contribuido a mi bienestar y me mantienen alejado de los síntomas de momento. Las comparto porque creo que merece la pena que lo haga. Puse en marcha la asociación Esperanza Bipolar en Bilbao, y me dedico a escribir y pensar sobre la enfermedad también por el mismo motivo. LLevo seis años dedicando una parte muy importante de mi vida a esto, y disfruto mucho viendo que mi ocupación beneficia a otros. Soy consciente de que muchas casualidades me han ayudado a aprender lo que he aprendido. He dedicado más de nueve mil horas a pensar exclusivamente en el trastorno bipolar. Sin embargo, mi mayor mérito no es éste. Es seguir sintiéndome bien después de lo que me tocó vivir. Que no es poco.

Ahora tienes la oportunidad de contradecirme tú también. Aprenderé mucho con ello. Lo que nadie me puede negar es la buena intención 🙂