Mi madre está perdiendo la memoria pero todavía piensa con claridad. Hablando hoy con ella de lo difícil que es valorar lo que tienes y no echar en falta lo que te falta, me ha dado una nueva lección.
–«Solemos pensar en mejorar…» – me ha dicho -con cara de que es un gran error- pensando en los demás como hace siempre.
Mejorar nuestras relaciones, como si eso dependiera sólo de uno; mejorar a alguien, como si eso fuese posible; mejorar nuestra situación, como si fuese necesario siempre; «mejorarnos», como si fuesemos una receta; mejorar el mundo, como si fuesemos magos, o mejorar nuestra vida, como si fuese un objeto en nuestras manos. La realidad, si esa palabra significa algo, no suele ser así. Aunque reconozco que en algunos momentos actué como si así fuese.
Una vez más tengo que aceptar las decisiones de los demás aunque no me gusten. La vida no está hecha para gustarnos pero hay que hacer lo posible para que la vida te guste. Yo lo hago todos los días haciendo lo que me gusta a menudo, no encontré otra manera. Lo difícil es saber qué hacer con lo que te disgusta. Como dice mi madre, intentar mejorarlo puede ser un gran error. Quizás lo mejor es dejarlo estar: una lección bastante difícil de aprender.
Con suerte todo puede cambiar a mejor, hagas lo que hagas. Ahora ni siquiera cuento ya con esa ilusión inocente. Vivo y encajo. Aprender a encajar tampoco es nada fácil. Me imagino que me habrá ayudado mucho haber encajado grandes golpes con su daño correspondiente. No es un comentario lleno de felicidad navideña, pero me siento feliz a pesar de terminar el año medio enfermo.
«Mi felicidad sólo es posible si tengo tranquilidad a mi lado. Yo procuro generarla pero necesito que los demás hagan lo mismo. Con trastorno bipolar la tranquilidad es la base de cualquier avance. A veces la he perdido pero siempre es mi faro. Por suerte, cada vez me sucede menos»