La semana pasada me dio un ataque de aburrimiento repentino que me pilló desprevenido, mezclado con una sensación de cansancio físico que aparece muy de vez en cuando por el dolor. No fue una sensación normal y me bloqueó de una manera especial. Cuando me quise dar cuenta ya estaba dando vueltas a la cabeza y sin ser capaz de prestar atención a lo que me decía mi mujer. Como si, de repente, se cerrara un grifo y yo mismo viera que ha dejado de caer agua. Y con dificultades para volver a abrirlo.
Me he decidido a escribir este comentario por lo excepcional de la situación. La última vez que me ocurrió fue hace cinco años y pasé por una depresión que me duró seis meses. Supongo que la sensación fue tan llamativa que llegó a bloquearme porque durante cinco años no había sentido nada parecido. En menos de veinticuatro horas logré quitármela de encima. Cómo lo hice ha sido muy importante para mi porque, muchas veces, lo que uno es capaz de hacer una vez lo puede volver a repetir.
Al día siguiente llamé a un amigo de la asociación y le vomité lo que me estaba ocurriendo. No se lo conté simplemente porque era como un alien que necesitaba expulsar de golpe. Al hacerlo, el bloqueo casi desapareció al momento. La depresión suele comenzar de una manera tan sutil que cuando uno quiere darse cuenta ya se ha instalado en todo el cuerpo. Atajarla cuanto antes no resulta nada fácil. De hecho, es la primera vez que lo logro en mi vida. 
Aunque tengo la suerte de contar con una rutina diaria que me encanta, la rutina siempre es rutina y desgasta. Hubo otro pequeño truco que me funcionó. En lugar de hacer lo que llevo haciendo casi como un robot durante los últimos días, hice una pausa diferente en mi paseo diario en bicicleta. En lugar de ir directo al periódico de la mañana, me senté en un banco a contemplar la playa. Simplemente aquello me volvió a mi estado natural. Volví a sentirme bien y todo quedó en un susto.