Uno de los recuerdos que guardo de mi vida de «antes» tiene forma de pensamiento. De vez en cuando, solía pensar que mi vida iba a ser siempre demasiado previsible y aburrida. Años después me di cuenta de lo estúpido que era este pensamiento.

Dejó de ser aburrida casi en el momento que abandoné mi profesión. Lo peor vino después. Dejó de ser previsible en el momento en que una explosión en el piso donde veraneábamos dio la vuelta a la vida de toda mi familia con la misma facilidad con la que uno da la vuelta un calcetín. Un instalador cometió una imprudencia con un tubo de goma en nuestra cocina de gas y la balanza se inclinó por el lado de la vida para mis hijos y para mi. Mi mujer y varios vecinos no tuvieron la misma suerte. Si no fuera por ellos, podría recordar aquel día de otra manera muy diferente.

Después de tanto dolor, mi vida ha cambiado a mejor. He recuperado toda la salud que podía recuperar y ahora estoy dedicándome a facilitar que otros aprovechen de mi experiencia lo que puedan. Si mi vida ahora es más estimulante que la que nunca pude imaginar, es por este sencillo motivo. La vida es como el agua de esta fuente. Parece que nunca va a dejar de correr, y, sin embargo, puede dejar de hacerlo en cualquier momento. Habiendo aprendido esta lección de tan mala manera, todo deja de importar realmente. La mejor vacuna para dejar de sufrir.

Aburrirse no es lo contrario de divertirse. En realidad, significa no tener motivación hacia algo o no ser capaz de enfocarse en algo. En mi profesión sufrí las dos dificultades al mismo tiempo. Ahora, ninguna de las dos. Si eres capaz de encontrar un algo que cambie tu vida en este sentido, habrás dado un gran paso. Quizás un paso decisivo en la dirección de la salud. Siempre y cuando no olvides que ese algo, en realidad, no es tan importante como puedas creer. Lo importante es justamente todo lo demás.