Desde que sufrí el accidente, acabo las vacaciones siempre muy cansado. Las disfruto mucho porque puedo hacer algunas cosas que en invierno no puedo hacer; como andar en bicicleta, pasear por la playa acompañado por el calor del sol o ver a mis hijos disfrutar de los días sin colegio. El otro día, mi hija me dijo que había sido el mejor verano de su vida. Oirlo, después de saber lo que le he tocado vivir y haberlo sufrido junto a ella, me hace sentir muy feliz. Mi hijo es feliz todos los días del año, por lo que las vacaciones son más de lo mismo para él. Para mi, este verano también ha sido uno de los mejores que recuerdo de los últimos años, y el año que comienza se presenta muy bien.

Ayer tuvimos la primera reunión de la asociación y, a pesar de haber surgido un conflicto entre dos personas, aprendí mucho especialmente de una persona que vino por primera vez. Entre otras cosas, me di cuenta una vez más, de que las circunstancias personales y el entorno pueden derrumbar a una persona que podría tener una vida como los demás. También pude ver cómo el amor incondicional puede ayudar a alguien a sobrellevar unas circunstancias muy difíciles, como es el paso por un hospital psiquiátrico y lo que siempre espera a la salida de él: una cuesta arriba que requiere de mucho más que paciencia. En todas las reuniones aprendo algo nuevo que compensa el esfuerzo que me supone exponerme al sufrimiento de los demás. Sin embargo, me alegra ver que cada día son más los que contagian sus ganas de vivir y de no dejarse vencer por una enfermedad que no tiene porqué dominar nuestra vida. Sigo escuchando a personas que piensan que la enfermedad es imprevisible y puede poner tu vida patas arriba en cualquier momento. Aunque estoy de acuerdo con lo segundo, estoy convencido de que la enfermedad se manifiesta en circunstancias muy concretas y que uno puede aprender mucho para mantenerse alejado de ella. Y aunque no todos seamos igual de vulnerables, todos podemos hacer mucho por sentirnos cada día un poco mejor. Yo encontré la forma de ayudarme a mi mismo, y otros están empezando a sentir que es posible. Siempre hay obstáculos, porque en la vida de cualquier persona también los hay, pero uno aprende a convivir con ellos. Yo mismo, aunque pueda parecer que ya no me enfrento a ninguno, me encuentro con ellos a menudo. Algunas veces paso por encima de ellos, otras los evito, y lo que sí tengo claro es que no me van a parar.  Aunque así sea, mi vida no es una carrera de obstáculos, es un paseo agradable por la vida, a pesar del dolor. Y el motivo por el que hago lo que hago es doble. Me apena ver lo que veo y me siento muy bien al ver lo que puedo hacer para disfrutar de los cambios en los demás 🙂