Acabo de estar con un amigo. Durante la conversación, un hombre muy mayor ayudado por una mujer entró en silla de ruedas y le pregunté a mi amigo con una sonrisa si él me ayudará a entrar en los bares.

Cada vez tengo más presente mi deterioro y eso me lleva a proyectarme hacia adelante. Me resulta inevitable. Por ver lo positivo, intento no dejar de hacer lo que todavía puedo hacer. También estoy dejando de hacer cosas en Esperanza Bipolar para que otros las hagan, y continúen haciéndolas si quieren cuando yo ya no esté. Lo menos positivo es que me cuesta arrancar por las mañanas a causa del dolor físico y tengo suerte de todavía poder hacerlo y ponerme en marcha.

Hasta cuándo podré hacerlo es un interrogante. De momento mi mayor novedad es que he cambiado de calles y de aceras. Cuando siento que me saturo siempre cambio algo. Puede ser un pequeño detalle, pero me sirve para sentirme despierto. Como me dijo una psicóloga hace casi treinta años, no llevo bien la rutina. Sin embargo, tengo la suerte de haber encontrado desde hace mucho tiempo una rutina estimulante. Sin ella, es muy probable que caería en una depresión. Por suerte, no he tenido ninguna depresión en los últimos quince años. Recuerdo la sensación como si hubiese sido ayer.

Ahora, tengo la mitad de gasolina que hace diez años. En parte tendrán que ver mis eneros cumplidos, pero sé que mis secuelas pesan mucho más que mis eneros. Todavía puedo disfrutar del buen tiempo pero la lluvia con el frío me traerán las sensaciones del invierno. El frío anestesia un poco mi dolor pero la lluvia me moja los pies.

«Cuando la vida se estrecha, hay algo dentro de uno que invita a la intensidad. La desesperación también invita a la intensidad y la intensidad puede acabar en manía. En el fondo yo estaba desesperado cuando tenía treinta años. Por eso exploté a lo grande. Intentar no tocar ese extremo es inteligente. Hay que estar muy mal por dentro para acabar estando demasiado bien por fuera»