Antes me calentaba cuando mi hermano tomaba una decisión en contra de mis intereses. Ahora he aprendido a ceder en algunas cosas y a no ceder en otras. De esta manera, he ganado un paraíso de tranquilidad.
Durante años sentí que no me tenían en cuenta en temas que me afectaban. Sentía rabia que acababa por salir. Como siempre he querido sentirme bien, tuve que aprender a renunciar a cosas que eran importantes para mí. Después de renunciar me di cuenta de que no eran tan importantes. Vivo mejor porque ya no me hierve la sangre por casi nada. Al mismo tiempo, he aprendido a pedir lo que considero que me corresponde, y a hacerlo de buenas maneras. Antes aceptaba algunas cosas aunque me desagradaran. Ahora no renuncio a poner algunos límites que me ayudan a que se respete también lo que yo quiero cuando lo veo necesario. Lo tuve que hacer primero con mi padre y luego con mi hermano.
«Los conflictos en las familias son casi inevitables. Siempre lo que quiere uno choca con lo que quiere otro. Aprender a no perder el control es el primer paso. Si se te va la cabeza, ya has perdido. Cuando eres capaz de enfriarte ves las cosas más claras. Tomas mejores decisiones y guías mejor tu vida. Como todo lo que es difícil, no se consigue nunca al primer intento»