Pocas personas se han librado de tener cicatrices. Yo recuerdo varias heridas profundas pero deben haber curado porque ya no me duelen. Otras no tan profundas dejaron su huella y también me han quedado como cicatrices.

Sufrí el daño directo de mi padre y lo peor es que no fui consciente de él hasta que escribí mi primer libro. También de mi primer psiquiatra; un inútil con todas las letras. De personas a las que quise y me acabaron dañando. Ahora todo son cicatrices. El tiempo ayuda pero lo importante para cicatrizar de verdad está dentro de uno. Saber olvidar es un arte y sería muy útil que pudiera enseñarse.

Lo más importante es que he aprendido a evitar que me hieran como me herían antes. No lo hago protegiéndome, sino renunciando a las fantasías. Vivir anclado al suelo es vivir sin imaginarse películas con final feliz. Ser positivo es mejor que ser pesimista, pero no te va a tocar la lotería por ser positivo. Antes era más positivo que ahora, y ahora soy más feliz. Vivo la vida con más tranquilidad, y si felicidad y tranquilidad no son lo mismo, riman que ya es algo. Ya no me caen los meteoritos como antes. Cuando sufrí mis primeras depresiones, pensaba que llegaría donde nunca llegué, y me deprimí.

He soñado muchas veces, y los sueños también me han llevado lejos. Soñar no es lo mismo que fantasear. Soñar es involuntario, fantasear es perseguir algo desesperadamente. Soy un soñador pero no soy un fantasioso. Me da la sensación de que las fantasías se generan cuando estás muy necesitado o necesitada de algo. Dicen que hay que hacer de la necesidad virtud, pero yo creo que la necesidad tiende a ser cancerígena con trastorno bipolar.

«La depresión se cuaja fuera del tiempo. Cuando ves lo que no hay o sueñas lo que no tienes. La manía también, pero de una manera diferente. Hoy no puedes comerte el helado de mañana, pero mañana tampoco puedes comerte el helado de hoy. Así que me quedo con el helado de hoy. El más rico»