Durante los últimos años he tomado tres decisiones movido por un impulso. De dos me eché atrás, y de la tercera no. Tuve suerte de que esta decisión no tuvo consecuencias negativas para mí.
Comprendo bien por qué una persona diagnosticada con trastorno bipolar puede arruinarse de un día para otro. Si la impulsividad está cargada de estrés, el riesgo de manía es elevado. Sin estrés, la ilusión también tiende a cegarnos. Hace mucho tiempo no pensaba en la posibilidad de fracaso. Estuve a punto de abrir un restaurante sin saber qué supone mantener un restaurante. No tengo ni idea de lo que habría pasado si lo hubiera hecho. Hace poco tiempo, estuve a punto de comprometerme con un amigo de por vida. La ilusión que sentí por un proyecto con él fue tan cegadora que me costó tiempo darme cuenta. Dejé de verlo claro, pensé en mis hijos y me eché atrás. Ahora estoy satisfecho por haberlo hecho, aunque siento la desilusión que pude causarle a mi amigo. Siempre intento no tomar ninguna decisión sin pensármelo bien antes, pero a veces no lo consigo. Si el cuerpo me dice que tengo que dar un paso atrás lo doy.
«Si crees que la impulsividad te ha afectado en el pasado, conviene que estés un poco alerta en el futuro. Puede que vuelvas a tomar alguna decisión impulsiva y tendrá sus consecuencias. Si la decisión es intuitiva y tranquila, es probable que no corras tantos riesgos. Si la decisión es movida por un deseo, el resultado es imprevisible. Normalmente vemos las ventajas del hoy, más que las desventajas del mañana. Si piensas en las desventajas del mañana antes de decidir, podrás equilibrar mejor tus decisiones.»