Antes perdía el control de vez en cuando. Vomitaba verde y después no me sentía bien. Quería que no me volviera a ocurrir y siempre pensaba sobre lo ocurrido.
Tuve que pensar mucho en qué era lo que sacaba lo peor de mí. A veces, una sorpresa muy desagradable sacaba mi parte animal. En este caso, mi respuesta era tan rápida como descontrolada. En situaciones familiares que me costaba aceptar me pasaba algo parecido. No podía soportar ver cómo algunos tenían problemas graves y los afrontaban de una manera que yo no comprendía. Me ponía todavía peor cuando veía que no hacían nada y aceptaban una situación como un problema para siempre. En realidad sufría por el otro, pero reaccionaba de mala manera. Con el tiempo, aprendí a ver los problemas de los demás como lo que son: sus problemas. No es egoísmo, es respeto. Si quieres a la otra persona, no es tan fácil como parece. Me llevó su tiempo, pero lo logré.
«Las malas reacciones suelen repetirse en las mismas situaciones o en situaciones parecidas. Si eres capaz de encontrar qué es lo que te hace perder el control, ya tienes algo con lo que trabajar. Yo me hizo cargo de mi problema. Aprendí que no podía cambiar al otro, pero sabía que yo sí podía cambiar. Ahora me siento muy satisfecho de haberlo hecho porque mi vida es mucho mejor»