Me costó aprender a renunciar para tener más tranquilidad. A veces, esperaba de mi familia cosas que me hacían hervir por dentro. Cuando acepté a las personas como son, gané la serenidad para siempre.
Si quería ayudar y no me tenían en cuenta me pasaba lo mismo. También me hacía daño que no me prestaran atención si los demás no hacían algo cuando yo veía necesario hacerlo. Ver que alguien lo hacía al revés, o que mis peores predicciones se cumplían. Así aprendí a renunciar a ayudar sin que me lo pidan. También renuncié a esperar de alguien algo que no me puede dar. Renuncié a convencer a nadie de nada. Ahora veo todas esas renuncias como trofeos. A veces, hacía sentir mal a alguien de mi familia y me sentía mal yo. Y dejé de hacerlo.
«Si eres la clase de persona que se preocupa por los demás, tienes un don y un problema. Con el don continúa, con el problema acaba. Puede que una tendencia excesiva a ayudar te provoque ira o frustración en tu familia. Si te fijas bien en cómo reaccionas tú, y en el resultado de lo que haces en los demás, podrás sacar conclusiones. Si logras hacerlo de otra manera puedes seguir ocupándote de los demás sin preocuparte tanto por ellos.»