Un hombre con sandalias y los pies desnudos cubiertos de injertos, en pleno mes de Enero, entró en el último vagón de metro. Con auriculares colgados al cuello, y una sonrisa, invitó a un niño pequeño a que le dejara libre el asiento para sentarse en uno de los tres asientos reservados para discapacitados, mujeres embarazadas, personas mayores, y sillas de bebé.
Al cabo de un rato, el padre del niño, molesto, le dijo con muy poca educación:
– No hay derecho a quitar a un niño de su asiento…
El hombre de las sandalias, también molesto, evitó perder la educación y tragó bilis. Al cabo de un rato, un hombre de avanzada edad, empezó a hablarle con un tono agresivo, mirándole desde arriba como si estuviera reprendiendo a su hijo:
-Tú lo que no tienes es vergüenza. Levantar a un niño de su asiento…- vociferó haciendo equipo con el padre ofendido.
El hombre de las sandalias, al comenzar a saborear la amargura de la bilis, le contestó, ya menos tranquilo:
-Usted lo que no tiene es educación. ¿Sabe lo que significa esto? -le preguntó señalándole la pegatina que representaba a un discapacitado sobre la ventana del vagón.
-Un carro de niños -contestó él para asombro de los espectadores, y, en especial, del hombre de las sandalias.
-Por esa regla de tres, un niño que comienza a hablar por el móvil… -comenzó a argumentar el padre recuperando las matemáticas del colegio o la universidad.
Afortunadamente, el hombre de las sandalias había ya dejado de escuchar cuando se dio cuenta de la estupidez que estaba a punto de verse obligado a escuchar.
-dáme tu cuenta de correo que voy a enviarte la ley… -le dijo para desahogarse sin tener que faltarle el respeto.
De repente, una mujer desde otro extremo del vagón, empezó a gritar:
-dejádle en paz. Algún motivo tendrá. Parece mentira cómo empezamos el año…-comentó en voz alta dejando evidencia de vida inteligente dentro del vagón.
-tú andas mejor que yo!!! -le gritó el hombre amargado de avanzada edad al hombre de las sandalias.
-usted qué sabrá cómo ando yo! -levantó la voz el hombre de las sandalias por primera vez.
En ese momento, una mujer que contemplaba con serenidad la escena justo enfrente del asiento reservado, se acercó al hombre discapacitado y le dijo casi susurrándole al oído:
-no te disgustes…- la inteligencia femenina, en aquel momento, ganaba por goleada.
El hombre de las sandalias, al quedar libre dos asientos, se cambió para alejarse de los hombres equivocados. Deseó que el padre de aquel niño no sufriera alguna desgracia que discapacitara a su hijo. También deseó que nadie le tratara de esa forma a su hijo si llegara el caso. Maldijo, tragó insultos y volvió a su casa todavía encendido por dentro.
De haber sido un hombre de piedra, hubiera ignorado la ignorancia de los demás. Incluso la imbecilidad, la agresividad o la falta de educación. De haber sido un hombre violento, allí habría habido más que palabras. Afortunadamente, era un hombre educado que, desde hacía mucho tiempo, sabía que el mundo responde a cualquier adjetivo menos al de ideal. Hoy es el día en que desearía que hubiera otro planeta habitable exclusivo para ser habitado por vida no inteligente.
Adivina quién era el hombre de las sandalias. No hay premio, demasiado fácil.
Hay 2 comentarios en este articulo
Preciosa historia y ala vez triste y hegoista....gracias por compartirla..
Mari Carmen, un poco triste sí que fue. Aunque, en realidad, sentí una mezcla de rabia e impotencia. Tristeza no :)