Acabo de hablar con uno de mis mejores amigos. Siento haber tenido la triste oportunidad de volver a ver el trastorno bipolar desde fuera. Sin embargo, estoy satisfecho por estar a su lado para ser sus ojos.
No puedo intimar con todas las personas a las que me dedico porque sería excesivo para mi salud mental. Hace tiempo aprendí que tenía que ponerme límites y estoy feliz de saber cuidar de mí. El estrés placentero también es estrés. Me costó sufrir más de una vez un exceso de estimulación y tener dificultades para dormir el aprender que puedo ayudar a muchos si lo hago bien. Y para hacerlo bien no puedo poner en riesgo mi salud. Hay psiquiatras y psicólogos que atienden a muchas personas pero ninguno que esté 24 horas y siete días de la semana con el teléfono abierto y disponible. Me encantaría estar disponible para todo el mundo pero no hay cabeza ni cuerpo que lo aguante. El psiquiatra tira de receta en situaciones de emergencia, yo tiro de neuronas y eso desgasta mucho más que arrancar un papel. Que domine mi nave espacial no me hace invulnerable. No sé si algún psiquiatra de manual se sorprendería si yo acabara otra vez como las maracas de machín por ir a lo Superman. La estadística y la ciencia no están de mi lado así que mejor llevar chaleco salvavidas. Descansé y disfruté seis días de descanso relativo porque el dolor físico condiciona el descanso. Fui a Eurodisney y disfruté con un conejo. No era de Walt Disney, era de farmacia. Ya no tengo que levantarme para ir al baño: viva el glamour.
«Si no sabes controlar tus capacidades estás perdido. O perdida. Acabarás una y otra vez en el hospital. Es mejor que seas cola de ratón a acabar siendo cabeza loca de león. El ratón llega donde no llegan los leones. Y disfruta que no veas. Palabras de Mickey Mouse dedicadas a ti, don José, que estás de nuevo en el alambre. De corazón a corazón»