Cuando sufría los síntomas del trastorno bipolar, llevaba una vida aparentemente razonable. La realidad es que sufría más de lo que aparentaba, aunque lógicamente no siempre el malestar era visible. Se traducía en una inquietud derivada de muchas dificultades a la hora de desempeñar mi profesión que no me permitían sentirme satisfecho con mi trabajo.

Cuando finalmente alcancé algún logro, la sensación de que acababa de abrir un regalo que llevaba mucho tiempo tratando de desenvolver fue la misma que si hubiera abierto una caja vacía. Con el agravante de darme cuenta de que necesitaba estar ocupado el cien por cien de mi tiempo para sentir la sensación de flujo; la sensación en que las horas vuelan cuando uno está concentrado en una tarea que desempeña con habilidad y soltura. También llegué a pensar en la palabra «anestesia», en una clara referencia a la anestesia emocional que suponía dedicar meses a un proyecto que me había permitido dejar de sufrir emocionalmente al sentirme volcado en una actividad sin pausa.

Hasta aquí, todo relativamente razonable. Sin embargo, el deterioro de mi salud se alejaba cada vez más de lo razonable. Crisis e ingresos en hospitales psiquiátricos jalonaron más de tres años de depresiones y alguna que otra euforia. Ahora que mi vida es sensiblemente diferente a la de los demás, en cuanto a rutina y ocupación, mis salud es como la de los demás. Evidentemente, esto me lleva a pensar que tenemos que tener en cuenta las diferencias que nos afectan a los bipolares y trataré de describir en nuevas publicaciones. Nuestra salud está en juego y aunque mi vida, a muchas personas les puede resultar indisciplinada o desordenada, nunca he tenido una vida tan ordenada como la de ahora.

Antes tenía muchas razones para llevar la vida que llevaba, todas ellas muy razonables. Una rutina en la que no encajaba, haber dedicado toda mi vida a formarme para una profesión que nunca conseguí disfrutar, amigos que hacían lo que yo hacía sin despeinarse y otras muchas que podría enumerar. Bien es verdad, que ser ingeniero por vocación paterna quizás marcara muchas de mis debilidades en una profesión que abandoné por falta de motivación y otras carencias que fui incapaz de resolver.

Decía Roberto Assagioli que la necesidad siempre es razón. Mi necesidad era abandonar mi profesión y fue la decisión más razonable de mi vida. Cuando uno no escucha a las emociones, el sufrimiento suele ser cada vez mayor.


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