A mis cincuenta y seis años sé que la vida es dura. A los treinta lo sentí y a los cuarenta me llegó el drama. Una explosión de gas en casa se llevó a mi mujer y me dejó para siempre con una discapacidad grave.
Mis dos hijos fueron quienes me dieron la fuerza para continuar. Mi madre fue nuestro apoyo cuando salimos del hospital y las semanas que vivimos hasta que pude empezar a andar fueron durísimas. Raquel, Roberto y yo estuvimos a punto de morir. Hoy vivo para ellos y estaré siempre para ellos con la salud que me queda y el dolor crónico que me desgasta. Mi madre tiene E.L.A. y está en silla de ruedas. La vida es dura hasta el final. Menos mal que da sus descansos. Acariciar las manos de mi madre es mi mayor consuelo. Hoy me ha dicho que le acariciara la izquierda porque la derecha le duele de tocar el piano. Ella nunca ha tocado el piano, el dolor de la enfermedad también progresa. Si mi madre con su enfermedad no pierde el sentido del humor, nunca podré acercarme a su grandeza.
Cuando me doy cuenta de que caminar con el dolor físico que padezco es un privilegio, deseo poder disfrutar de este privilegio y temo, al mismo tiempo, el día en que no pueda hacerlo. Sin poder moverme el sufrimiento sería insoportable. Si la vida es dura para todos, el final de la vida puede ser durísimo para muchos. Con dolor crónico lo mejor es moverse y estar lo más activo posible. Si puedes hacer dos, entonces dos. Si puedes hacer cinco, pues cinco. Con trastorno bipolar, lo mismo. Hacer lo que puedas es mejor que romperte. Sobre todo porque cuesta mucho recomponerse después de romperse y no siempre se logra.
«Necesito seguir cuidando de mí. Cada vez lo necesito más porque tengo peor salud. Sé que tendré que dejar de hacer muchas cosas y, de hecho, ya he empezado a abandonar algunas. El canal de Youtube fue lo primero que tuve que dejar. Intentaré continuar escribiendo en este blog mientras pueda. Empecé a hacerlo después de comenzar la oportunidad de una segunda vida»