Depende mucho del momento en el que te encuentres y dónde quieras llegar. Visto desde fuera lo más necesario combina dos palabras: ilusión y tranquilidad.
Con treinta años tenía de todo menos tranquilidad. Quería encontrar a qué dedicarme porque no me sentía bien donde estaba. Hice varias cosas hasta que di con lo que me ilusionaba. Perdí la tranquilidad más de una vez por más de un motivo y tuve que aprender a no perderla. Mi receta fue siempre la misma: perder la cabeza, recordar, pensar mucho hasta sacar una conclusión y probar a cambiar algo. Con Esperanza Bipolar, con Isabel, con mis hijos, con mi padre y con mis hermanos. Cuando intenté que alguien cambiara «algo», me rompí la cabeza. Después me di cuenta que cambiando yo, algunos cambiaban. Así que seguí insistiendo. Aprendí a callarme: algo más importante, a veces, que hablar. Aprendí a no juzgar a pesar de no comprender a alguien. Aprendí a no envenenarme después de guardarme el veneno hasta reventar. Perdoné y olvidé. Aprendí a perseguir mis ilusiones y a renovarlas.
«No hay nada más importante para sentirse bien que la relación con los demás. Yo tenía mis retos y superé muchos. Me alegro de haber cambiado porque eso me hace sentir mejor. He tenido cerca personas importantes a las que he escuchado con mucha atención. También he aprendido a sentir más y a pensar menos. Una sola cosa que te ilusione puede ser vital.»