Este año comenzó con una lección. Mucho se puede aprender cuando se pierde. Perdí a mi mujer y gané una pareja. Son la misma persona y hacerlo posible ha sido el último gran reto.
Enero me hizo sufrir, Febrero me asustó, Marzo me giró la cabeza, Abril me escupió sorpresas, Mayo me colocó y Junio me trajo la calma. Tirité, lloré, sentí ganas de hacerme daño, volé y caí el mismo número de veces para acabar aterrizando. Sentí desesperación, ira, rabia, tristeza y decepción. Encajé el golpe como pude y seguí hacia adelante. Mi amor por Isabel es incondicional y me hace imposible dejar de quererla. Mi ilusión es morir a su lado o que ella muera a mi lado. Me regaló diez años de su vida y yo quería hacerle el mismo regalo. Por amor a mi hijo Roberto no pude. Hace tres años Isabel y mi hija Raquel sufrían, hoy están bien. Ése es mi mayor triunfo después de ver clara mi prioridad en una situación más que difícil.
«Tuve que sentir mucho dolor para superar un trago muy amargo. Si tienes la mala fortuna de recibir la visita de un daño inesperado, sufrirlo es la mejor opción. Intentar evitar el daño es un error. Aceptar la realidad del después es la única manera de sufrir cada vez menos. El tiempo no lo cura todo. Sólo lo cura cuando no tratas de enterrar al muerto todavía vivo.»