Aprender que la vida no es un juego de todo o nada no siempre es fácil. Tengo un amigo ingresado en una unidad psiquiátrica y me espera la conversación más difícil con él que he tenido nunca.
Los excesos se pagan y creerse un aspirante al que Todo lo Puede es un exceso propio de un iluso. La inteligencia más importante es la que sirve para no sufrir. Si mi inteligencia nunca destacó, ahora me mantiene a salvo. Antes no sabía qué era lo primero, ni lo segundo ni lo tercero. Me ha costado más de media vida aprenderlo. Lo primero es la salud, lo segundo es la salud y lo tercero es la salud. Algún día la perderé como todo el mundo, así que me conviene cuidar de ella como lo que es: lo más valioso que tengo.
Ya no me ciego por un todo, ni me preocupo por un nada. Antes me cegaba con un todo y me preocupaba por el mismo todo. Estrés lo llaman algunos, muchos lo sufren, y enfermedades mentales y físicas esperan su turno en las consultas médicas. Entre ellas, el trastorno bipolar. Yo aprendí a decirme no antes de aprender a no sufrirlo. Si sabes lo que te hace daño, estás tardando mucho en decirte no. Sé que no es fácil, pero mis dedos no pueden parar de teclear. Estoy muy contento de haber aprendido a decirme que no. Cuestión de límites. Con el veneno, el límite es cero. Para protegerme, para cuidarme y para sentirme bien. También estoy contento de haber aprendido a decir no a los demás si es necesario. Justo por el mismo motivo.
«El veneno mata, aunque te guste el veneno. Si alguien no lo sabe, está cerca de algo peor que la muerte. Yo descubrí mis venenos y me quité de todos. No me di cuenta el primer día, pero estuve muy atento siempre a lo que sentía. Hoy respiro tranquilo y no pido mucho más a la vida»