En el último año he ganado mucho en tranquilidad. He ido perdiendo salud desde que cumplí los cincuenta, pero disfruto de las pequeñas cosas. Sigo conociendo personas que sufren el trastorno bipolar.
Llevo quince años haciendo casi lo mismo y no me he cansado. He cambiado mis rutinas dejando lo que no podía atender o lo que ya no me motivaba lo suficiente. El otro día me encontré un pendrive y recordé que tengo libros escritos sin publicar. Un amigo me insiste en publicarlos, pero conseguiré que mis dos libros vuelvan a estar disponibles. Reflejan diez años en los que aprendí lo más importante para no sufrir yo los síntomas. Me doy lo que necesito en cada momento y sé lo que es porque el cuerpo me lo pide. Dicen que la naturaleza es sabia. Sólo dejo de hacer algo cuando me doy cuenta de que me está haciendo daño. Afortunadamente, eso ya no me pasa. Reparto mi tiempo entre los demás y lo que sé que necesito yo. Ahora me va muy bien pero no siempre supe compaginar bien las dos cosas. La semana pasada los médicos me preguntaron si tomaba medicación y se sorprendieron con mi «no». Con dolor crónico, me imagino que casi todo el mundo toma. Yo aprendí a vivir con él y a no sufrirlo demasiado. Con trastorno bipolar sé que la inmensa mayoría está en tratamiento. Yo aprendí a no sufrir la enfermedad pero hubo una situación que mató el bicho. Exploté en una situación límite y tuve la suerte de que una persona me dejó explotar. Años antes, yo había hecho lo mismo con dos personas de Esperanza Bipolar que estaban a punto de sufrir una crisis y evité lo peor para ellas.
«El nivel de incertidumbre que puede soportar una persona es vital para las personas que sufren el trastorno bipolar. Unas necesitan rutinas repetitivas, otras necesitamos más estimulación. Yo no soporto bien lo demasiado previsible, otras no soportan bien las sorpresas. Piensa si necesitas mucha actividad o no, y si vives una vida acorde a tus necesidades. Si no es así, sufrirás»