Empieza el buen tiempo. El calor no me va bien para el dolor pero me resulta muy agradable el cambio de algunas rutinas. Dejaré Esperanza Bipolar hasta septiembre y me dedicaré a descansar más.

Una vez una persona me preguntó qué hacía los fines de semana. Cuando le contesté que lo mismo que el resto de la semana le extrañó. Me imagino que necesito tener siempre cosas que hacer. No hay intensidad en lo que hago, pero sí continuidad. Desde hace mucho tiempo me dedico a pensar, escribir, a leer y a reunirme con personas diagnosticadas con trastorno bipolar. Algunos son ya muy amigos y les veo fuera de las reuniones de Esperanza Bipolar. Siempre tengo que proyectar algo a futuro. Acabo de terminar la guía de lo que haremos en las reuniones por Skype.

A partir de este año tendré a mis hijos más cerca. Seguiré con lo que tengo entre manos hasta que cumpla los ochenta, si llego y tengo salud suficiente. Las goteras de mi cuerpo nunca se sabe por dónde saldrán. He aprendido a vivir el momento con un pie en el año que viene. A veces, sueño con mi yo abuelo, pero poco. Me gusta acariciar las manos de mi madre aunque ella ya no pueda andar. Y ver que mis hijos están bien también me hace feliz. Necesito pocas cosas. Según he ido cumpliendo sueños, he dejado de necesitarlas. Se acabó mi ambición. La tuve cuando estaba sufriendo los síntomas del trastorno bipolar. Después encontré otras ambiciones diferentes y pude alcanzarlas. Ahora vivo con más tranquilidad.

«Tener cosas que hacer ayuda mucho. Tener la vista puesta en ilusiones por cumplir también. Ayuda a mantener la atención en lo importante. Desde que estoy enfocado en lo que es importante para mí me va mucho mejor. Hago pocas cosas que no me gustan. Hacer cosas que me gustan me ha llevado muy lejos. Mi base es la tranquilidad y desde la tranquilidad he logrado todo»