Primero aprendí a aguantar a mi familia. No suena bien, pero todos nos tenemos que aguantar a los demás por el bien de todos. Nunca tuve grandes problemas, pero con la chispa podía saltar todo por los aires.

Ahora que sé cómo conservar la calma me parece casi imposible volver a lo de antes. Primero me tuve que distanciar de algunos problemas de mis hermanos para evitar lo peor. Después aprendí a mantener mis decisiones porque antes me solía dejar llevar y acababa diciendo a casi todo que sí. Empecé por mi padre, que era el hueso más duro. Al final, aprendí a preocuparme por mi familia de verdad. Tuve que hacerlo primero de cabeza para acabar haciéndolo de corazón. También hice lo mismo con otras cosas que me costó mucho aprender. Mi motivo para cambiar era no convertirme en un problema para los demás. Yo ya no tenía grandes problemas y veía que los demás sí. Siempre intento evitar hacer daño a nadie.

«Si te cuesta aguantar, te espera un trabajo duro contigo mismo. Si eres una persona fácil te enfrentarás a un problema diferente. Cuando tengas que defender tu posición sentirás muchas emociones desagradables. Mi proceso consistió en sentirlas y darles salida. A veces, hice daño a mi alrededor, pero necesitaba desahogarme. Tener claro tu objetivo y perseguirlo te ayudará a cambiar lo que necesites. Sentirse bien es el objetivo que no falla porque nadie que quiera sentirse bien puede perder la cabeza demasiado a menudo.»