Últimamente pienso sobre conversaciones recientes que he mantenido con amigos que están diagnosticados con trastorno bipolar y me doy cuenta de muchas cosas que, aunque muchos saben, para otros pueden pasar desapercibidas. Aunque todos sabemos que es importante no guardar aquello que nos puede hacer daño no ventilando el «piso de arriba», tampoco es tan raro encontrar situaciones en las que podemos llegar a no hacerlo por motivos personales que justifican, muchas veces equivocadamente, nuestro silencio.

Hace tiempo tuve un problema grave que duró años y no sabía cómo solucionar. Aunque yo conocía muy bien cuál era el problema, no lo comentaba con nadie a pesar de que el desgaste cada vez era mayor y la solución no parecía llegar nunca. El problema tenía nombre y apellidos: «insatisfacción laboral». Emocionalmente me sentía vacío en el terreno profesional y mi relación con el trabajo tenía el mismo sabor que el de un matrimonio o pareja que comparte techo y nada más. Desde entonces, nunca más he vuelto a «guardarme» algo con la intención de no molestar o preocupar a alguien. Si lo piensas bien, la mayoría de las personas emocionalmente equilibradas suelen ser extrovertidas y no suelen vivir hacia dentro. Por algo será. Nuestro mundo emocional se regula en la interacción y quien no comparte acaba convirtiendo un maravilloso estanque en agua turbia y estancada. Los niveles de estrés y la posibilidad de perder el control sobre uno mismo crecen cuando uno evita una conversación no siempre agradable. No se trata simplemente de desahogarse, aunque hacerlo tampoco es ningún delito. Se trata de expresar abiertamente y en palabras lo que ebulle dentro y puede acabar por reventar en el momento más inoportuno. No enfrentarse a las situaciones o las personas aunque parezca una garantía para permanecer en puerto seguro resulta ser todo lo contrario. Suele suponer preparar una tormenta cuando la lluvia siempre moja menos.

Pocas veces en los últimos años he visto la «luz amarilla» de precaución. Si he llegado a verla o he intuido que algo me podría acercar a una situación de riesgo, no he dudado en comentarlo rápidamente con una persona de confianza. La última vez fue hace más de un año,  y tomé una decisión con la ayuda de un amigo que me quiere y sabe bien cómo cuidarme. Si no me hubiera preocupado de «airear» quizás estaría otra vez sufriendo los síntomas del trastorno bipolar. Además he encontrado el placer en confiar mis dudas con las personas que quiero y me quieren, cuando algo me huele a riesgo. Tengo muchas personas que me conocen bien y saben cómo cuidar de mi. No me siento más débil que los demás ni un incapacitado por hacerlo. Al contrario, me siento muy bien y tengo la sensación de que las personas en las que confío se sienten bien ayudándome. Te lo recomiendo. Busca un equipo de tres. Si son personas con cualidades diferentes, mucho mejor. Así podrás ver y preveer desde distintos puntos de vista.