Ahora sé lo que arriesgo cuando pongo en juego mi amor. Son mis sentimientos y también la posibilidad de hacerme daño con la pérdida. Aprender a caer ha supuesto hacerme daño más de una vez.

Antes me costaba recuperarme de una ruptura, ahora menos. Una parte de la otra persona queda dentro de mí y morirá conmigo. Tengo la suerte de no acumular rabia ni rencor y también de haber aprendido a perdonar. Quedan los buenos recuerdos de muchos momentos que he pasado junto a las pocas mujeres que he querido. A algunas todavía las quiero aunque sé que son pasado y lo más normal es que nunca más vuelvan a mi vida. También soy afortunado porque no pierdo la ilusión y eso siempre ayuda. Con o sin trastorno bipolar, las relaciones de pareja pueden ser fáciles, difíciles o imposibles. Ahora empiezo a reconocer mejor si alguien es para mí o yo soy para ese alguien. Mi intuición para distinguir lo importante se equivoca menos. Ojalá tenga mejor suerte esta vez. Me gusta mucho querer y cuando algo te gusta mucho la suerte está echada. La diferencia más importante es que he aprendido a dejarme llevar y a no hacer muchos castillos en el aire. Parece fácil pero los castillos se levantan siempre.

«El amor es imposible de definir. Tener una relación amorosa es más fácil de comprender. Yo he tenido pocas relaciones y la mujer es siempre un descubrimiento. Si es verdad que uno no acaba nunca de conocer al otro es porque todos somos imprevisibles bajo situaciones de estrés. Yo aprendí a no sentir el estrés después de aprender a no enfadarme ni perder el control sobre mis reacciones en situaciones difíciles»