Con treinta años tenía la cabeza vacía. Recuerdo que estaba tan mal que no había ningún pensamiento dentro de ella. Con esfuerzo conseguía sacar de mi boca dos frases con sentido. Dedicado a Araceli.

Mi hija Raquel era pequeña. Yo estaba fundido por el estrés en el trabajo. Cada día me sentía peor y no veía ninguna salida. Recuerdo leer un cuento a Raquel antes de dormir. Barría las palabras sin saber lo que estaba leyendo. Era como un autómata. Es el recuerdo más claro que tengo de mi peor época. Mi cabeza empezó a recuperarse poco a poco, pero nunca antes sentí tener tanta frescura como ahora. Leer una docena de páginas de un libro todos los días y encontrar una pasión intelectual me hizo mejorar mucho. En circunstancias normales yo habría tenido una inteligencia normal. Al apasionarme por la ciencia y el cerebro, mi inteligencia se desarrolló mucho. Le debo tanto a los libros que un día puede que les dedique un libro. Descubrir agua después de sufrir años en el desierto es una sensación difícil de describir. Nunca me quedé parado y fue la única condición que hizo posible algo poco probable: encontrar la chispa de la vida.

«Si tienes la suerte de encontrar cosas que te apasionen será más fácil que recuperes tu memoria. Cuanto más tiempo mantengas tu atención en algo mucho mejor. Internet o saltar con tu atención de una cosa a otra no te ayudará. Aficiones en las que tengas que usar las manos o tener conversaciones con amigos de temas que te interesen también mejorará tu capacidad de concentración. Un trabajo que te guste tendrá el mismo efecto beneficioso.»