Tenía casi treinta años y me sentía importante. Con un trozo de un coche en la mano que apenas cabía en la cabina del avión. Regresaba de Alemania con cara de tonto y un estúpido orgullo dentro.

Recordé este momento de mi vida hace mucho tiempo. Cada pequeño paso me parecía tan difícil como mandar un cohete a la luna. Deseaba con locura sentirme capaz y cada pequeño logro era un trofeo. Lo peor del recuerdo es el sentimiento de tonto iluminado que me inundaba. El orgullo es una palabra que nunca me gustó. Nunca más me ha vuelto a visitar. Después de fundar Esperanza Bipolar empecé a sentir algo nuevo. No de golpe, sino poco a poco. La satisfacción. Orgullo y satisfacción no son lo mismo. El orgullo no va mucho conmigo. La satisfacción es mejor. Todo el mundo habla del ego pero no me gusta la palabra. Es como la famosa autoestima. Todos dicen saber lo que es y para todos es algo diferente. La autoestima es otra mierda. Yo no me quiero. Ni falta que me hace. Quiero a los demás salvo deshonrosas excepciones. No hay nada mejor si tienes trastorno bipolar. Aprendí a querer al extraterrestre aunque forme parte de mi familia. El proceso fue muy largo. Primero me rompí la cabeza a pensar. Luego poco a poco dejé de pensar tanto. Aprendí a aceptar y a no juzgar. Después el amor puede surgir a partir de ahí.

«Hice muchos esfuerzos por encajar. Cuando encajé a presión sufrí de estrés. Cuando aprendí a hacer las cosas sin estrés abandoné. No disfrutaba. Si no disfrutas con lo que haces todo será mucho más difícil. Quien cree que el trastorno bipolar no condiciona no sabe lo que es vivir con bipolaridad. Haz lo que necesites para disfrutar. No tener miedo a equivocarte es necesario para evitar la depresión.»