Poco antes de sufrir el accidente jugué un partido de fútbol playa. Ayer jugué el segundo partido de mi vida. Lo pasé bien, pero lo pasé mejor cuando terminó. El placer después del dolor físico es doble placer.

No sé si había algún jugador con trastorno bipolar en el campo. Yo ya no sé si tengo la enfermedad y eso es algo difícil de explicar. Lo que parecía es que allí había varios con alguna enfermedad de las emociones. Yo no paré de pedir perdón cada vez que la cagaba. Muchas veces, así que un psicoanalista habría profundizado en mi culpa. Se habría equivocado, sólo estaba sintiéndolo por mi equipo. Empatía afectiva diría el neurocientífico. Lo curioso es que también lo sentía por el equipo contrario cuando iba perdiendo. Un sinvivir muy agradable. Otros gritaban como locos o sufrían la frustración de ir perdiendo mientras yo disfrutaba como un niño. Algunos se molestaban o extrañaban de la intensidad con la que se desahogaba mi amigo. Yo corría y me ahogaba. Paraba y volvía a correr. Pensé en intentar meter un gol pero la portería estaba demasiado lejos para mis pulmones. Así hora y media. Se me pasó volando y dicen que no hay mejor señal de lo que es bueno para uno. Ahora camino como un bebé con los pañales llenos. Debe ser de todo lo que cagué allí. Sentí mucho placer y ninguna emoción fea. Tengo una lista por ahí de últimas voluntades antes de morir que habré perdido en alguna de mis muchas agendas. Cosas que no he hecho nunca y me gustaría hacer. Voy a buscarla a ver si la encuentro.

«Hablé con algunos jugadores antes de empezar y estuve muy cómodo. No soy la persona que era antes. Hacer lo que he hecho en Esperanza Bipolar ha hecho posible el cambio. Me ha descubierto y me ha transformado. Si encuentras un lugar donde ser parte de algo cambiarás a mejor y te sentirás mejor. El premio es doble cuando haces las cosas con otros»