LLega el frío. Y nunca mejor dicho. Una situación muy dura me ha hecho tomar una decisión. Ya no voy a recoger la basura de los demás.
Con veinte años recogí la basura de mi padre. El tenía mi edad de ahora y para sus cincuenta años debía de haber acumulado bastante porquería, a juzgar por su bilis. Me partió por dentro y se lo perdoné. O lo olvidé, no lo sé muy bien. El año pasado uno de mis hermanos soltó su basura por la boca y se quedó como Dios. Se lo soporté y le perdoné, lo sé muy bien. Para celebrar las fiestas mi otro hermano soltó su basura a mi hija Raquel. Demasiada basura en poco tiempo.
Me he hartado de ver cosas que duelen mucho. Vivir de la paciencia de los demás no sé si es fácil, comerse la mierda de los demás no lo es. Así que me jubilo. No sé si los demás aprenderán lo que necesitan para no acumular basura, espero que no tengan que sufrir tanto como sufrí yo. Eso no se lo deseo a nadie. También me he dado cuenta de algo muy importante.
Es muy fácil que una persona «normal» como yo acabé en un psiquiátrico por la «gracia» de terceras personas. Me llama la atención que los psicólogos no tengan trabajo. Eso sí, los psiquiátricos están a tope. Parece que nunca llueve a gusto de todos. A mi alrededor unos cuantos necesitarían un buen psicólogo. Si has nacido con el gen de la generosidad ya puedes empezar a poner a trabajar tus neuronas. Si sabes manejarte bastante bien en situaciones complicadas todavía peor: te acompaño en el sentimiento. Vas a sufrir más. Yo poco puedo cambiar ya, pero sé que voy a cambiar. A peor para los demás, seguramente. Para mí todavía no lo sé.
En unas semanas cumpliré 51 años. Para celebrarlo no lo celebraré. Me iré tranquilamente a dar un paseo con un paraguas.