Genética y biología, ciencia apasionante para investigadores y médicos que, a veces despeja incógnitas, y otras reduce las patologías a estadísticas en la que uno se convierte en número, sin nombre ni apellidos.
El trastorno bipolar según todos los especialistas tiene una base biológica por una simple razón: si uno de tus padres o abuelos es bipolar, tu número de la lotería de las enfermedades se juega en un bombo con menos números que aquel que tiene a sus progenitores «sanos». Los números son simplemente números hasta que llegue el día en que el análisis del genoma lleve a los investigadores a determinar los que nacerán potencialmente bipolares y los que no.

La psiquiatría parece ver el cuadro desde este marco, su límite precisamente es este marco que encierra la patología. Imaginemos que llega el día en que sepamos si nuestros hijos tienen una predisposición genética a padecer cualquier enfermedad, llega el momento de hacerse la siguiente pregunta: ¿puedo hacer algo por contribuir a que mi hijo no debute como bipolar?

Para un psiquiatra que ve a sus pacientes como organismos pluricelulares (que lo somos), la respuesta intuyo sería un simple «no». Pero si una crisis personal, una situación de estrés desbordante o un revés en la vida puede hacer debutar a un bipolar o no, parece ser que la biología es la pólvora y las circustancias vitales la chispa que puede hacerla estallar. Y esto sólo es una parte del cuadro, el cuadro excede el marco.

Y después de esta reflexión, que puede ser más o menos acertada, sólo me gustaría animar a que nadie tenga miedo a traer un hijo a este mundo por el simple riesgo de que pueda padecer una enfermedad como el trastorno bipolar o la diabetes. Soy un bipolar feliz, y soy un bipolar sano. ¿Quién dice que tu hijo no puede llegar a serlo? Es tan posible como que puede ser un hombre sano y desgraciado.