El otro día en la asociación alguien habló sobre la disfunción cerebral que presentamos quienes estamos diagnosticados con trastorno bipolar. Evidentemente, los mecanismos que regulan el estado de ánimo cuando alguien sufre la depresión o la euforia no han sido capaces de mantener el equilibrio de nuestro cuerpo. Hablar de disfunción cerebral cada vez es más frecuente porque el origen siempre se centra en el cuerpo, dejando un poco de lado algo muy importante que todos saben pero muchos omiten.

El entorno influye en nuestra biología y puede llegar a desequilibrar a cualquier persona que no padece ninguna enfermedad hasta que sufre los síntomas de cualquiera de ellas. La palabra vulnerabilidad está empezando a colarse en algunos discursos, pero hay que prestar mucha atención para llegar a distinguirla porque queda enterrada dentro de un discurso plagado de neurotransmisores, dopamina, serotonina y demás familia.

Hace ya bastante tiempo que no me planteo si estoy enfermo o no. Lo que no olvido ni olvidaré nunca es que soy una persona vulnerable. LLevo colaborando más de tres años en una asociación de pacientes y resulta más fácil no olvidarse del trastorno bipolar cuando te vuelcas en ayudar a quien todavía lucha por salir adelante. El trastorno bipolar está reconocido como una enfermedad crónica y altamente recurrente. Muchas veces me pregunto porqué, pero tampoco me extraña que así sea teniendo en cuenta que mayoritariamente los pacientes reciben exclusivamente atención médica. Quien no considera el trastorno bipolar un problema psicológico simplemente quiere hacer hincapié en la cronicidad de la enfermedad. La lástima es que la ciencia no podrá llegar a avances significativos fuera del mundo de la farmacología. Hoy en día, nadie se atreve a negar la relación entre mente y cuerpo ni lo borrosa que es su frontera. Todos sabemos que el trastorno bipolar es una enfermedad mental, y lo mental, si no es psicológico, ¿qué es?.

Evidentemente, cuando se presentan los síntomas, el desequilibrio electroquímico se produce en el cerebro y las redes neurales implicadas quedan, de alguna manera, marcadas. La vulnerabilidad procede de esta huella que la mayoría consideran indeleble, y no sólo duradera.

Toda esta explicación muy superficial y lejos de poder considerarse «ciencia», sólo es la introducción de una de las preguntas más importantes que puedes hacerte. ¿A qué soy vulnerable?


Yo me la respondí hace tiempo, y después de cinco años de mucha dedicación creo saber a qué somos vulnerables muchos de nosotros. Este fin de semana, encontré la confirmación científica a algo más que una intuición. Cinco años después, se cierra un círculo que me invita a descansar de la lectura por una temporada. Sin embargo, no dejaré de escribir 🙂