Siempre he intentado evitar hacer daño a los demás. Cuando lo hice fue consecuencia de explotar por dentro. A veces, acumulaba mucho y explotaba por exceso de daño.

Pocas veces he tenido que elegir entre hacer daño o dejar que me lo hagan. En Esperanza Bipolar me dejé herir por no herir. Ya no lo haría por nada del mundo. O elegir entre aguantar el daño dentro o soltar parte de él. Hace poco hice algo que me costó mucho hacer. Soltar el daño a alguien siempre fue mi punto débil. Con el tiempo aprendí a conocer mejor a las personas y a renunciar a las que no son para mí. Algunas por insensibles, otras por poco comprensivas y otras por egoístas. Aunque todos podemos ser poco comprensivos en algún momento, el mundo está lleno de garrulos. Un garrulo es el que piensa que todos los ombligos tienen que ser como su ombligo. Yo fui un garrulo, pero me desgarrulé. Ahora soy más feliz que todos los garrulos del mundo. Me costó más de cuarenta años mostrarle a mi padre que él sí, pero yo también. Ejerzo mi libertad y no limito la libertad de nadie. Si alguien me juzga será que sufre de complejo de juez. Y los jueces tienden a desaparecer de mi vida. Ya no he vuelto a sufrir una depresión. Tampoco siento estar en riesgo de manía o de psicosis. Sé por qué pasé por ellas. Hacer ese trabajo es muy importante. La desesperación y un deseo obsesivo me llevó a la manía. El sentimiento de incapacidad me llevó a la depresión.

«Siempre intento ser sensible hacia los demás. Sin embargo, también he aprendido a no mirar para no hacerme daño. Es inteligente saber cuándo, dónde y con quién. Antes pensaba que tenía la varita mágica. Ahora siento que la tengo, y que la uso donde quiero y con quien quiero. Sólo tengo una cabeza y un corazón. Y aunque los dos han crecido, son limitados»