La semana pasada de madrugada, oí a Roberto llorar en su cama. Me levanté a ver qué le pasaba y me preguntó:

-tengo miedo. ¿Qué pasa si un día ya no estáis?

Esa fue la primera pregunta. Detrás vinieron otras que nos hacemos la mayoría de adultos. Pensaba en el día en que tendría que buscar trabajo por ejemplo. Me sorprende la inteligencia de mi hijo y cuando le explico algo lo entiende bien. Le abracé y le expliqué bajito lo que es el miedo. También que la mayoría de las cosas que esperamos y nos dan miedo acaban por no cumplirse. Una pesadilla le había despertado y le cayeron todos los miedos del mundo encima.

Hace ocho años yo mismo pensé que nunca más volvería a andar. No sentía miedo pero sufría. Fui al hospital a aprender a subir las aceras con mi silla de ruedas. Compré un coche en el que cabía la silla en el maletero y ya estaba mentalizado para lo peor. Cada día sentía más dolor y veía el futuro cada vez más oscuro. LLegué a pensar en amputarme un pie. Me dijo la doctora que me podía doler el pie sin tenerlo. Por suerte, aunque me duele todos los días sigo con mis dos pies.

Llegué al extremo de ver un programa en la televisión de un doctor que te ayudaba a morir por si algún día lo necesitaba. Sin miedo, con toda la tranquilidad que podía tener en aquel momento. Hoy en día puedo andar más de media hora sin sentarme. 

Esto te lo cuento a ti. A Roberto le conté todo lo que hago hoy y nunca pensé que podría hacer. Tantas cosas que no caben aquí. Hoy Roberto no tiene miedo y sigue sonriendo. Como aquel verano en Lanzarote :))