El otro día, mi madre me dijo que yo sabía más que los ratones coloraos. Me hizo gracia la expresión en su boca porque nunca se la había oído y me sorprendió. Nunca me sentí el más listo, pero reconozco que ahora me siento menos tonto. He aprendido cosas a los 50 que muchos ya saben a los 20.

De joven, yo era una persona muy inocente. Años después me dediqué tanto a aprender sobre cómo funciona nuestro mecanismo que perdí la inocencia. Somos más previsibles que un niño y más simples que un bebé. Todos nos parecemos mucho pero nos vemos muy diferentes a los demás. Me refiero a las emociones que sentimos, cuándo las sentimos y qué nos las provocan. Lo que puede variar mucho es la intensidad de una emoción de unas personas a otras. También la duración de un sentimiento o un estado de ánimo.

Yo antes, cuando me enfadaba, me duraba el morro torcido días. Después de trabajármelo, ahora ni un minuto. Antes, cuando algo no me salía, me frustraba bastante. Ahora me lo tomo como un juego de azar en el que tiro los dados. Tirar los dados es importante y que giren a tu favor más todavía.

Antes, cuando alguien me trataba mal, me sentía mal y me callaba. Ahora me cuesta callarme cuando me siento mal y cuando me siento bien.

A veces, ver lo que los demás no ven es un grave problema.  Pensaba en solucionar problemas ajenos y se me hacía bola cuando no me hacían caso. Ahora, pongo un grano de arena y otro poco de mí y espero tranquilamente. 

Algunas veces, lo que veo a mi vuelta es toda una playa. Con sol, sombrillas y chiringuito.