Hoy voy a contarte algo que es muy importante para mí. Llevo más de un año sin tener ninguna sensación diferente que pueda tener algo que ver con un problema grave de salud mental. Durante los últimos ocho años no he sufrido ninguno de los síntomas propios del trastorno bipolar; la depresión, la hipomanía o la manía. La última depresión que todavía recuerdo me duró seis meses y veo muy difícil que pueda volver a deprimirme ni a pasar por ningún tipo de crisis. He aprendido lo que tengo que hacer para no deprimirme, para no sufrir una manía y para no sufrir un brote psicótico. 

Lo que más me ha costado ha sido lo último. En los últimos años he pasado por algunas situaciones en las que he tenido sensaciones demasiado conocidas por mí como para olvidarlas. Estas sensaciones llamadas por los médicos pródromos suelen repetirse cuando la persona se ve sorprendida por determinados síntomas físicos que sólo han vivido las personas diagnosticadas con trastorno bipolar. Pienso que el final del camino que tenía que recorrer se encontraba precisamente aquí. Ahora toca continuar con mi vida sin olvidar nada de lo aprendido. Los fármacos son un apoyo externo con el que ahora no cuento al estar en fase de remisión. Cuanto más aprendo sobre el trastorno bipolar más me doy cuenta de lo difícil que puede ser recuperarse de esta enfermedad. Sin incoporar a mi vida todo lo que he aprendido en los últimos años habría cometido errores que me hubieran costado la salud. 

Mi proceso de recuperación ha sido muy largo: veinte años desde mi primera depresión. Lo he vivido de una forma escalonada y las situaciones más delicadas me han servido para aprender lo más importante que tengo que tener en cuenta el resto de mi vida. Si me lees a menudo, sabrás que considero la condición bipolar como una condición crónica. Esto quiere decir que, aunque ya no sufro la enfermedad ni estoy en tratamiento farmacológico, acepto que no puedo vivir olvidando todo lo vivido y sufrido. Hago casi todo lo que quiero porque me siento capaz de hacerlo. Me cuido mucho para no exponerme a situaciones que me pudieran llevar a cometer excesos o a bloquearme. Hacer más de lo que puedo hacer con facilidad sería el camino más corto para encontrarme con situaciones que podrían desbordarme. Si disfruto al noventa y nueve por ciento, no veo motivo para hacer el tonto. A estas alturas de mi vida va a ser que no.