Tenía treinta y dos años. Había salido de una depresión pocos meses atrás. Estaba estudiando en Oxford cuando sufrí un brote maníaco con delirios psicóticos. Mis recuerdos son nítidos pero desordenados. Dedicado a Lissett.

El «click» fue en una clase. Recuerdo tener ganas de reír con un compañero. Al entender unas matemáticas complejas después de mucho tiempo alejado de los números, mi cabeza se giró. La sorpresa me llevó a pensar que podía ser capaz de cualquier cosa. Y no me equivoqué: acabé en el psiquiátrico por primera vez en mi vida. Recuerdo una noche que me mostré muy sensible con dos personas que conocí en un pub. También algunas situaciones envueltas en un halo especial. Hice dos llamadas de teléfono con la cabeza ya volada. Un amigo se dio cuenta de que no estaba bien por la conversación que tuvimos. Dentro de mi locura, mi cabeza se giró y empecé a pensar que todo era un fraude organizado. Estuve ingresado varias semanas en dos hospitales haciendo cosas sin sentido aparente. Recuerdo cómo mi mujer me abrazaba cuando yo estaba fuera de mí tumbados sobre la cama del hospital.

«Recuperarme me llevó más de un año. Sufrí otra depresión y el miedo de regresar a mi trabajo. El miedo es la palabra que mejor me definía en aquella época. El estrés me hacía sentir cada vez más acorralado y más indefenso. Llevé el miedo como pude durante otros dos años hasta que me sentí liberado de la carga. Al salir del segundo hospital, recuerdo una imagen que me hizo un daño especial. En los pasillos de un hotel, ver a unos ejecutivos con traje me provocaron una mueca de dolor como si me hubieran clavado cien agujas en el rostro.»