Hace poco he estado visitando a mi médico. Siempre es un placer hablar con él y le encanta enseñarme cosas importantes. Es como un libro abierto.

Ya han pasado muchos años desde que me ofrecí para ayudarle en su equipo de investigación. Mi interés sobre el trastorno bipolar viene de muy lejos. Supongo que por este motivo, y otros más importantes, he llegado tan lejos. En aquel momento, él no aceptó mi propuesta. Poco después, mi regalo fue contarle de qué parte del cerebro yo intuía que se empezaba a gestar la enfermedad. Creo que se sorprendió bastante. Además de psiquiatra es neurólogo.

Con mi psicóloga hice algo parecido. Traduje la enfermedad en términos más «psicológicos» y la hice pensar.  Me parece que eso quiere decir que también la sorprendí. Siete años después sé mucho más sobre el trastorno bipolar. He llegado a un punto en que apenas ya me interesa la enfermedad desde un punto de vista intelectual. Para una persona como yo, eso significa mucho. Llegué donde quería llegar.

Le comenté a mi médico que me parecía que, de alguna manera, estaba desperdiciando su valioso tiempo. Desde hace no tanto tiempo, me he dado cuenta de algo: sería una pena que otra persona que esté sufriendo no aproveche su saber hacer. Como me dijo que me gusta verme, continuaré con mis dos visitas al año. No me importa, son siempre muy agradables.