El año que termina es un año de sueños rotos. Mis mejores amigos lo saben bien porque no me preocupo por ocultarlos. Tengo una sensación extraña: me siento triste y feliz a la vez.

Nunca sé muy bien lo que va a ocurrir en mi vida, pero no dejo de soñar. Nací soñador y moriré soñador. Quien sueña, arriesga mucho. Yo seguiré soñando y no es una declaración de principios. La realidad es que no puedo dejar de hacerlo. Mi imaginación vuela libre y de vuelta regresa siempre con sorpresa. La mayoría de las veces me trae placer, pero no siempre es así. Muchas veces deseos cumplidos. Otras veces cicatrices. Cuando me trae daño, el daño es muy hondo. Una vez más he vuelto a sentirlo, pero esta vez ha sido diferente. El mayor daño que siento ahora es el daño causado. La ligera sensación agradable viene de una convicción: he puesto fin al dolor. Me siento un idealista y un romántico. O lo que es peor: un romántico idealista. No siempre consigo lo que pretendo y la vida ha regresado con la misma lección que quiso enseñarme el año pasado. No siempre aprendo a la primera. El motivo es que hay cosas que no quiero aprender.

«Te deseo para el 2022 que se cumplan tus mejores deseos. Los mejores deseos son aquellos que te acercan al mayor de tus sueños sin hacerte daño. Yo sigo esta regla sencilla para seguir soñando pero soy sensible. Si eres sensible no evites el daño mientras puedas soportarlo. Encontrar el límite no es fácil, pero el cuerpo no falla. Eso significa que cuando el cuerpo grita es momento de parar. Parar y pensar. Y volver a querer.»