Se acabó el perro. Y menos mal que pocas veces tengo tan mala suerte como para tener que perder la calma. Ojalá nunca más me vea en una parecida porque me temo que reaccionaría igual. Cuando hay algo demasiado importante en juego ya no dejo que decidan los demás por mí. Eso lo aprendí de una mala manera que todavía estoy sufriendo parte de las consecuencias.

Estoy pidiendo a mi cuerpo un poco más en lo físico y me está sentando bien. Mientras haga buen tiempo, y pueda hacerlo, continuaré. Me da la sensación de que ahora duermo un poco mejor. También estoy preparando algunas cosas para ofrecer lo aprendido a profesionales de la salud que puedan y quieran aprovechar mi conocimiento. Después del verano contactaré con personas que saben a qué me dedico y te contare si avanzo algo.

Después de la ira viene la rabia. Es el poso del daño y conviene sentirla porque es pasajera. Si retienes la ira cuando hace falta que salga, el día que saques todo de golpe el daño será mayor. Aunque es mejor no perder nunca la calma, es peor acabar explotando hacia adentro. Yo tengo claro que no voy a ser el que acabe otra vez en el psicólogo o empastillado por aguantar demasiado. Eso ya lo conocí, y si voy a cometer algún error, que sea nuevo, por favor.