Para poder cambiar algo en mí siempre he seguido el mismo proceso. Primero, tener claro el motivo para cambiar. Segundo, descubrir qué me pasaba en el fondo. Tercero, descubrir qué necesitaba hacer para sentirme mejor.

Muchas veces perdí la cabeza con mi familia. Mi hijo fue el que me ayudó a cambiarme. De pequeño, era muy inquieto y volvía locos a los profesores. Le costaba estar encima del libro y prefería siempre jugar. Una vez le agarré fuerte el brazo, y vi cómo aguantó el dolor sin inmutarse. Ese día me di cuenta de que tenía que aflojar y decidí cambiar. Aprendí a pegar lo roto. Después observé que gritándole no conseguía nada y me sentía mal. Dejé de hacerlo. Un tiempo después, reconocí que perseguirle le ponía más nervioso y también dejé de hacerlo. Por último, decidí explicarle las cosas muy claras pero sólo en los momentos que yo veía que iba a escucharme. Le dejé su espacio prestándole atención pero sin presión. Vi que eso era lo mejor que podía hacer. Dejé de enfadarme con él y de gritarle.

Sólo hace falta prestar mucha atención a lo que te afecta, y pensar sobre ello todas las veces que necesites. La inestabilidad emocional con trastorno bipolar puede mejorarse y, en algunos casos, incluso superarse. Todo lo que avances en esta dirección te permitirá adaptarte a personas que no son como tú, pero son importantes para ti.